Sé que es ella,
porque al igual que la primera vez, viene acompañada de ese frío negro que se
desprende con su aliento; no ha sido precavida, pues en la lúgubre noche ha
dejado nuevamente la huella de sus pasos lentos, tormentosos y fatales. El silencio la ha delatado y en ese existir
violento se ha marcado, cual nostalgia en un moribundo, la áspera sensación de
la venganza.
¿Cómo evitar sus
largos dedos prolongados en encorvadas y terrosas uñas, si cada corto paso en
el avanzar de nuestras vidas, nos aproxima al abismo donde ella habita? Por segunda vez siento cerca su horrorosa
boca, esperando cual buitre arrancar trozo a trozo, migaja a migaja los tejidos
de mi alma. No puedo pronunciar palabra
sin sentir cómo el cálido aire que se desprende de mi garganta hiere su piel
fría y putrefacta, causando un maloliente aroma que con gusto emana.
Ella ocasiona en mí
una tenebrosa conmoción; mi cuerpo se expande, tratando de desprenderse hasta
la más ínfima molécula, queriendo huir del dolor letal. Las cicatrices que ha dejado en mi ser me
hacen comprender que, aunque poseo una gran fuerza de voluntad, no seré capaz
de resistir un nuevo ataque proveniente de su odiosa maldad.
Pasa el tiempo, sin
que logre yo comprender la naturaleza de su crueldad y el origen de su oscura y
desagradable presencia: ¿cómo penetrar en el túnel del pasado eónico, sin haber
hallado la extraña puerta que abre camino hacia él? Mis esfuerzos por vencerla son como la débil
aguja que anhela penetrar el acero de una blindada estructura y se hacen más
pequeños que el trozo de iceberg que por desdicha ha caído en el caldero
alimentado por una llama eterna. La
condena que sobre mí pesa, presiona mi alma como una cadena que, girando en
torno a un cuello, es halada por cada extremo, impidiendo el paso del aire a
los pulmones e incrustando eslabón tras eslabón en la garganta.
La última gota de
mi vida se evapora en este instante, secándose así por completo el pozo que
durante años dio de beber a quien a él acudía, la más pura y dulce agua que
jamás boca alguna haya saboreado. La
fuente cristalina aún existe; aunque su caudal se haya en su recorrido
contaminado, seguirá pues, alimentando otros pozos que, llegado como a mí su
momento, serán por la muerte visitados.
URBANOS DESVELOS (Relatos de un noctámbulo)
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