Soy padre, papá, papi;
quizá inicialmente no fue ese mi deseo, quizá no en el
momento que sucedió, pero lo asumí con coraje, sabiendo que era mi reto, y no
podía delegarlo a otra persona: fui yo a quien la vida escogió para cuidar, criar,
educar, amar y disfrutar a mi hijo y nunca he creído que esté suficientemente
preparado para hacerlo del modo mejor, sencillamente lo hago, con lo que soy
y con lo que tengo, buscando no equivocarme, consciente de mis falencias y de
lo difícil que puede resultar el ser responsable de otra vida, mi anhelo es
lograr que mi hijo sea mejor que yo: más humano, mejor ciudadano y a la
postre, algún día, también un mejor padre de lo que fui yo
para él.
Cuando lo vi por primera vez, supe cuán perfecta es la
naturaleza, que reúne en una criatura frágil y pequeña toda la hermosura del
universo junto a los rasgos –adquiridos por razones genéticas o por amorosa
imitación-, de quienes le garantizarán un sano crecimiento:
¡Cuánto poder se nos confía a los padres! Si fuéramos
suficientemente conscientes de ello, no lo desperdiciaríamos en malos tratos,
gritería paranoica y órdenes absurdas, consagraríamos cada segundo compartido
con nuestro hijo, a amarlo, a adiestrarlo para la vida, a escuchar su
corazón emocionado junto a sus palabras tiernas, no perderíamos de vista sus
pequeños y grandes logros, ni la magia que emana de su sonrisa.
Hoy me alegro por haber descubierto que todo cuanto hago por
él, sólo tiene sentido si lo disfruta, si lo hace más feliz, si con ello
me percibe más cercano, más papá.
No hay pérdida en el ser padre, no hay fatiga que no
valga la pena por un hijo, no importa si con sus “hazañas” desbarata el
perfecto orden de mi limitada mente de adulto, pues cada inesperado incidente
que ocasiona, puede ser la semilla de su poderosa capacidad de creación, o por
lo menos la manifestación de que está vivo y enfrenta con arrojo el mundo.
Hoy me siento parte activa del cosmos, y del plan divino
por renovar el orbe y hacerlo más adecuado para las generaciones venideras; mi
tarea es legar lo mejor de mí a mi hijo, siendo responsable de mi propio camino
de perfeccionamiento, para que mi aporte a la humanidad sea vivir como un ser
pleno de gozo, gestor de paz y reconciliación, promotor de equidad y justicia y
lograr que mi hijo también lo sea. Y
que las tiernas manitas que un día se aferraron a mí, delicadas y suaves, sigan
abrazándome con devoción y “abrasando” al mundo con infinito y poderoso AMOR.
Nelson Fernando Celis
Ángel
Bogotá, 15 de junio de 2015