lunes, 9 de marzo de 2015

Algo viejito sobre el Concilio...

Publico un texto que preparé en 2006 para un coloquio y posterior publicación y que finalmente no fue presentado por censura de la Facultad de Teología de la Universidad San Buenaventura (Bogotá)

CUATRO DÉCADAS DE ANHELOS INSATISFECHOS A PESAR DE UN RIMBOMBANTE CONCILIO Y AL FINAL SÓLO LENNON[1]
Por Nelson Fernando Celis Ángel[2]

Después de un concilio ecuménico, es raro que no venga una crisis.
Cardenal John Henry Newman
(Carta de 1870)

Ayer (Yesterday)[3]

Pretender una acertada reflexión sobre un acontecimiento que, por su misma naturaleza e importancia para buena parte de la humanidad, se ha presentado de antemano como histórico, pero que en la actualidad se valora por diversos sectores como revestido de modo sombrío por un matiz de desencanto, deviene en un ejercicio insólito, máxime cuando en paralelo a sus efectos, es posible narrar una historia que lo supera en cadencia e impacto.  Es así, éste, mi pequeño aporte al Tercer Coloquio Interno de la Facultad de Teología: un sencillo ejercicio deconstructivo de algunos imaginarios que el Concilio Vaticano II ha suscitado, refiriendo con prioridad aspectos históricos que, muy a pesar del Concilio, gozaron de una “libre ausencia” del espíritu de sus proféticos postulados. 

Justa sería, en un ambiente universitario como el nuestro, la crítica reaccionaria hacia una presentación como la mía: desnuda de afectos y ortodoxia, fría como la realidad que describe, mas sensata como sólo un espíritu libre puede concebirla.  Sin más, sea de éste y no de otro modo, como quiera que a su vez, se hace necesaria.

¡Ayuda! (Help!). Del anacrónico aggiornamento

“Quiera el Cielo que vuestras fatigas y vuestro trabajo, hacia el cual se vuelven no sólo los ojos de todos los pueblos, sino también las esperanzas del mundo entero, cumplan abundantemente las comunes aspiraciones”, fue el deseo del papa Juan XXIII, manifiesto en su discurso de apertura del Concilio (11 octubre 1962); hoy, un poco más de cuarenta años después, este deseo insatisfecho conlleva una reflexión que, aunada a la de los humanistas contemporáneos, refiere sendos cuestionamientos al papel transformador de la Iglesia tras su llamado aggiornamento

La humanidad, que ya para mediados del siglo XX había sido afectada por una ola de cambios y vicisitudes que en su proporción parecía superar la de cualquier otra época, asiste en su caminar hacia el nuevo siglo y el nuevo milenio, a un redespertar del interés unánime por transformar el mundo; dos guerras y una profunda crisis político-económica global, parecen ser el aliciente.   El interés de los focos de poder, es actualizarse en su discurso ideológico, fortalecerse en su estructura, ampliar sus dominios y recobrar la escasa credibilidad de otrora, que les permita presentarse como fuente de seguridades y depósito de renovadas esperanzas.  En gran medida, es el enmascaramiento de incertidumbres lo que lleva al mundo a la fantasía de la renovación.  La Iglesia – necesaria o ingenuamente -, no es ajena a tales influjos.

Independientemente del trasfondo histórico y teológico en el que se ven inmersos la preparación y el desarrollo del Concilio, su carácter de aggiornamento se sigue, más que de un amplio interés por actualizar la Iglesia – lo cual a todas luces habría de ser una necesidad permanente -, del desconcierto de unos cuantos visionarios como el “Papa Bueno”, por la inmutabilidad con la cual ésta se había mantenido durante los últimos siglos frente al vertiginoso curso que tomaba la humanidad en su historia.  La extemporaneidad del aggiornamento no implica  la inutilidad de éste, antes bien, aun su retraso histórico deviene oportunidad única para un nuevo amanecer en la Iglesia; sin embargo, las consecuencias de tantos siglos de vacuidades no se remedian con paliativos, máxime, si en cuanto a estos atañe, no hay verdadero consenso.

Noche de un duro día (A hard day’s night). Un mundo en paralelo, The Beatles o la historia que no vislumbró el Concilio

“Somos más populares que Jesucristo”, proclamaba el Beatle John Lennon en una entrevista concedida a un periódico londinense en marzo de 1966: acierto o desatino proveniente de un joven que con tan sólo 25 años resumía en sí, lo que habría de ser el prototipo de una generación nacida de la desideologización y desencantamiento del mundo, así como del repudio a toda forma de conflicto bélico; generación moldeadora de una nueva cultura “religiosa” no confesional, cultura de la vida sencilla y pobre, cultura del naturismo, cultura de la contestación, cultura de la no-violencia y de la opción por los pobres.  Un Concilio acababa de celebrarse, y su aliento aún no llegaba a los jóvenes de la época, su discurso seguía sin decir nada a la generación que podría haberlo hecho vida entre la humanidad.  La resaca de la Segunda Guerra Mundial resultaba más fuerte que cualquier promesa conciliar.

Los años posteriores al Concilio gozaron de toda suerte de acontecimientos enmarcados en el reordenamiento social del mundo: Fidel Castro gobernaba Cuba como una verdadera y concreta promesa de liberación; Italia y Alemania mostraban ante las demás naciones su “milagro económico”; las guerrillas en América Latina, gozaban de más fieles y concedían mayores gracias que muchas iglesias; las canciones de los Beatles en el Reino Unido, parte de Europa y América, eran mejor aprendidas y cantadas que los himnos eclesiales y aun nacionales y, Camilo Torres “el cura guerrillero” se hacía mártir en el ’66 de todo un pueblo oprimido, pobre e ignorado. 

El mundo sufría revoluciones y veía caer decenas de estudiantes víctimas de las balas de las fuerzas estatales del orden; el “opio del pueblo”, la religión, es reemplazada por el LSD y la marihuana; los velos y las faldas largas pierden tela convirtiéndose en balacas y minifaldas y el sexo libre es la representación de una nueva cosmovisión más psicodélica y menos cultual.  Es el doloroso aggiornamento que con o sin Concilio igual se hubiera entretejido.

Todo lo que necesitas es amor (All you need is love).  Dos aciertos, algunos desatinos

Ciertamente el Concilio Vaticano II, trajo para la Iglesia una suerte de novedades que no podrían pasar desapercibidas y que comprometerían no sólo a la jerarquía eclesial y a los teólogos, sino a todo el “pueblo de Dios”, en una empresa de renovación desde dentro que dejara su huella en el mundo, llevándolo a la comunión con su Creador.  Sin embargo, refiero con prioridad sólo dos aspectos que Ignacio Martín-Baró enuncia en su Psicología de la liberación[4] y que, a mi parecer, merecen ser aquí presentados. 

De una parte, es de destacar que la Iglesia deja de referirse a sí misma desde el punto de vista de la autoridad jerárquica para concebirse primordialmente como un pueblo: “el pueblo de Dios”.   De otra, se supera por fin la dualidad entre lo sagrado y lo profano, que hacía de la historia sagrada un proceso paralelo a la historia humana, se unifica así la historia, en la que la Iglesia asumiría su tarea como “sacramento de salvación”. 

Obviamente, los dos avances aquí resaltados tuvieron gran impacto en el mundo católico, al propender por una mayor participación responsable en el quehacer eclesial y, por la asunción  de las realidades sociales existentes como producto humano y no como designio divino.  Este es un giro radical en la praxis cristiana y en la vivencia comunitaria de la fe, que fue sentido en mayor medida en América Latina, pero que tristemente no llegó a ser comprendido y explicado por todos los religiosos y clérigos, responsables de la formación de sus comunidades; a esta ausencia se sumaría la situación de conflicto vivida por los pueblos latinoamericanos, que significó la perpetuación del retraso doctrinal y el sacrificio de quienes procuraron encarnar el aggiornamento.

La deserción de las comunidades religiosas y de los seminarios, el desvío de causas libertarias y la muerte violenta de importantes testigos del Evangelio como Monseñor Oscar Arnulfo Romero (acaecida el 24 de marzo de 1980 en El Salvador), son efectos anejos del Concilio.

Si el desarrollo del Concilio ya mostraba dos fuerzas en choque entre los sacerdotes conciliares[5] y por extensión entre el clero universal, como lo fueron, de una parte, una minoría marcada por su sensibilidad hacia las necesidades del mundo y en especial la de renovación, abierta al diálogo ecuménico y la postulación de una teología de carácter pastoral sintonizada con la Sagrada Escritura; y de otra parte, un grupo mayoritario, representado principalmente por la Curia Romana, para quienes la conservación integral del “depósito de la fe” era una cuestión vital, sin dejar de lado la estabilidad de la Iglesia, su estructura rigurosamente jerárquica y el carácter monárquico de su constitución; los años que le sucedieron no podrían menos, que reflejar en la Iglesia tal escisión ideológica, con desmedro de la Iglesia misma: no la Iglesia-Cuerpo de Cristo, sino la Iglesia-Institución.

No han sido pocas las reflexiones que en cuarenta años se han dado en torno al rol asumido por la Iglesia posconciliar, algunas retomando postulados como el del sociólogo Max Weber (1958) a quien se atribuye, quizá con ligereza, la afirmación de que la ética protestante ha contribuido al desarrollo y la democracia de los Estados Unidos de América, en tanto que, la ética católica ha perpetuado el subdesarrollo y fomentado la opresión estructural de Latinoamérica.  En alguna ocasión, 20 años después del Concilio, el mismo teólogo conciliar Hans Küng[6], denunció el asocio del Vaticano con la Casa Blanca en sus planteamientos frente a América Latina y la teología de la liberación; muchos de sus aportes críticos referentes al Concilio, han servido como soporte a esta presentación y se encuentran en la primera aparición de sus memorias (2003)[7].

La Iglesia posconciliar, parece haber perdido en su impulso renovador, el espíritu mismo que le movió a renovarse, poniendo entre paréntesis las realidades que ante sus ojos se presentaban y retrayéndose en la nostalgia de las gestas victoriosas de los siglos en los que aún gobernaba el mundo.  Un mensaje de cambio mal leído o mal interpretado, quizá mal presentado, consagra al quijotesco Concilio, como el postrero esfuerzo de una Iglesia[8] terminal, por mostrarse siempre joven y vital,  en su temor a ser sepultada con el fin de siglo.

Dale un chance a la paz (Give peace a chance)

A este punto, bien pudiera parecer que esta disertación se empeña en cuestionar el Concilio, sin siquiera explorar sus documentos, sépase que en el fondo hay un consciente trabajo por leer en la realidad lo que los documentos conciliares pretendían lograr: el “texto” se ha disuelto sin gloria en un contexto que siempre le fue ajeno; quizá fuera diferente de haberse meditado más dos versículos del Evangelio según Mateo[9], que a mi parecer, sintetizan la misión de la Iglesia: “Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.  Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo.  Cada día tiene bastante con su propio mal”. 

Veintiún concilios hablan bien de la Iglesia, el esfuerzo por el ecumenismo no se podía postergar, la apertura a nuevas reflexiones teológicas, era una necesidad, pero la escritura de los documentos vale menos sobre el papel que sobre la realidad; muchos anhelos insatisfechos siguen esperando ser atendidos y la rimbombancia del Concilio ya es sólo el eco enclaustrado de un grito, que por venir de las minorías fue ahogado dejando un leve registro.

Se oye por el contrario, aún con más fuerza la proclama que en 1968 realizara la Iglesia libre de San Francisco en los Estados Unidos de América, y que sin ser parte de un complejo aparato protocolario, pasó de voz a voz y casi 40 años después sigue sonando “nuestro héroe y líder, Jesús el artesano, Jesús el profeta, Jesús el libertador, Jesús el poeta, Jesús Hijo de Dios...”; así como aún se recuerda la causa iniciada por nuestro personaje articulador en diversos momentos de este discurso y que marcó una época dorada, el mismo de “dale un chance a la paz” (Give peace a chance) y de “si tú quieres, ¡la guerra ha terminado!”, John Winston Lennon y que se resume en lograr un mundo mejor, verdaderamente humano que someramente nos lleva a imaginar su más famoso himno, desprovisto de doctrinas y fundamentalismos, cargado de un amor humano de amplitud universal, Imagine[10]:

Imagina que no existe el cielo, es fácil si lo intentas. 
Sin infierno bajo nuestros pies y arriba sólo el aire. 
Imagina toda la gente viviendo el hoy...
Imagina que no existen los países, no es difícil hacerlo. 
Nada por lo que morir o matar y además ninguna religión. 
Imagina toda la gente viviendo la vida en paz...
Imagina que no hay posesiones, una maravilla si puedes. 
No codicia ni hambre, hermandad entre los hombres. 
Imagina toda la gente compartiendo el mundo...
Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único;
espero que un día te unas a nosotros y el mundo vivirá en comunión.

El clamor actual de los pueblos, en particular para América Latina, tras 21 concilios ecuménicos y un extenso Magisterio eclesial, sigue siendo la necesidad de alcanzar la paz, la justicia y la reconciliación, tal clamor supera toda teología, supera toda religión y para el “pueblo de Dios” se constituye en esperanza cuando se vuelven los ojos al Evangelio, palabra que es vida y fuente de ella, que es relato que se sigue cumpliendo, que es anuncio del verdadero aggiornamento, aquél que sólo por la muerte y resurrección de Cristo se sigue logrando, y que permite una vida nueva para la humanidad, llamada desde entonces y con sentido, comunidad

Sean las palabras del Mensaje del  Concilio a la humanidad (8 diciembre 1965) las que cierren esta breve especulación, pero abran el camino al debate, no sobre lo dicho escuetamente, sino lo que aún falta por decir:

Nos parece escuchar alzarse de cada lugar del mundo un inmenso y confuso rumor: la inquietud de todos aquellos que miran hacia el Concilio y nos preguntan con ansiedad: ¿no tenéis una palabra para decirnos?... ¿a nosotros los gobernantes? ... ¿a nosotros intelectuales, trabajadores, artistas?... ¿a nosotras las mujeres?... ¿a nosotros los jóvenes?... ¿a nosotros los enfermos, a nosotros los pobres?  Estas voces no pueden quedarse sin respuesta...






[1] A lo largo de este texto me refiero al Concilio Vaticano II, sencillamente como el Concilio.
[2] Filósofo, estudiante de octavo semestre de la Lic. en teología de la USB, docente en el Centro Camiliano de Humanización y Pastoral de la Salud, profesor de humanidades en el Politécnico UNICAP y profesor de Italiano en la Universidad Nacional de Colombia.
[3] Algunos títulos se corresponden con los de las canciones de The Beatles o de John Lennon.
[4] MARTIN-BARÓ, Ignacio.  Psicología de la liberación.  Trotta: Madrid, 1998. Pp. 206
[5] Cf. ANTONIAZZI, Alberto y JOSE MATOS, Enrique Cristiano.  Cristianismo: 2000 años de caminada.  Paulinas: Bogotá, 1998.
[6] “El cardenal Ratzinger, el papa Wojtyla y el miedo a la libertad” / 2, en El País, 5 de octubre de 1985, P. 32; cita a pie de página de Martín-Baró, Op. cit. Pp. 223.
[7] KÜNG, Hans.  Libertad conquistada.  Memorias.  Trotta: Madrid, 2003.
[8] Me refiero a la Iglesia-institución jerárquica
[9] Mt 6, 33-34 versión de la Biblia de Jerusalén (1998)
[10] Canción grabada en julio de 1971.