domingo, 31 de julio de 2011

Mateo 11:25-30

“Donde quiera que haya un Evangelio que se predica unido a la promoción cristiana del hombre, allí surgirán conflictos. Basta una mirada por todo el continente latinoamericano, donde se trata de predicar un Evangelio que reclama un Reino de Dios, más justo ya en esta tierra entre los hombres cristianos, allí surgen los conflictos.”
Monseñor Oscar Romero (Julio 9 de 1978)

  
Te alabo, Padre...
porque tu amor es siempre cuna donde recostamos confiados nuestros desvelos: la fatiga del día y el sueño que es por igual reposo y anhelo; y sabemos que cada amanecer, nos llena de esperanza mirar los grises cerros, que aunque poblados de casas, nos dejan entrever un bullir de hombres y mujeres que descienden y, junto con nosotros, se sienten desde temprano guerreros de una lucha que heredaron, nadie sabe por qué (o quizá sí, aunque se calla), y sin embargo, no rehúyen, pues la han hecho suya con el coraje de héroes heridos que saben que el triunfo no está en derrotar al enemigo, sino en vencer sus propias dificultades y ganar para quienes les siguen un poco más de calidad de vida, un poco más de “comodidad” frente a las carencias cotidianas.

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra...
porque el cielo, tu cielo, no forma ya parte de nuestras fantasías: es una realidad que nos presentas, cuando el horizonte se nos torna oscuro y al bajar la mirada para dejar rodar libres nuestras lágrimas, sentimos una mano apoyada en nuestro hombro, la cálida presencia de un hermano que nos recuerda que no estamos solos y que tú nos amas.  Y si es una sonrisa la que toma posesión de nuestro rostro y levantamos los ojos para sentir la brisa acariciando nuestras mejillas, percibiremos también tu aliento que siempre nos anima y de modo natural, casi en silencio diremos “gracias”. 

Tu cielo es el nuestro, pues sin pedírtelo nos lo regalas, y aunque la tierra sea hoy causa de discordias y algunos pocos se la repartan, despojando a otros de su único medio de sustento, no dudamos que también nos la entregas, nos recuerdas que es nuestra y que debemos luchar para que esté de nuevo bien administrada, aprovechada por todos y por todos cuidada.

Escondiste las cosas de tu reino a los sabios y entendidos, porque sus certezas siempre les resultan suficientes y no hay lugar para la sabiduría eterna en quien no la valora ni en quien se vale de ella para oprimir a los más indefensos; por eso las revelaste a los niños, sabiendo que sólo en un corazón manso y humilde - como el que nos enseñas a cultivar -, pueden revelarse los más grandes misterios.  Y te agradó que fuera así, pues agradable a tus ojos es que vivamos la vida que prometes y la vivamos en abundancia, siendo como niños, sentados en tu regazo, sabiendo que eres nuestro único Padre, aunque esto no lo hayamos descubierto por nosotros mismos, sino porque tu Hijo nos lo quiso revelar: en el Hijo, fuimos hechos hijos; por el Hijo, conocimos al Padre: esto no lo entienden por más que se esfuercen, los que se nutren de su propio conocimiento de las cosas del mundo y no de tu Palabra que es luz y fuente de vida.

Nuestra nación hoy sufre, Señor, porque mientras unos estamos alzando los ojos, las manos, la voz, la mente y el corazón para alabarte, y actuar conforme a tu voluntad, otros empuñan fusiles y disparan contra quienes les reclaman por sus desmanes e incluso contra quienes ni siquiera saben lo que es un arma. 
  
Así es Padre, tu pueblo te sigue con esperanza, pero tras él vienen los violentos con armas, corrupción, engaño, tratando de acabarla.  Sabemos de madres que ya sin fuerzas, agotadas por el extenuante trabajo, ven como se les va la vida sin poder garantizar la subsistencia para sus hijos.  Ancianos que tuvieron que estirarse las arrugas y desencorvar la columna, para asumir el cuidado y la crianza de sus nietos, pues el conflicto armado o las drogas les robaron a sus hijos. Hemos visto llorar mujeres (yo mismo lloré con una la semana pasada en Soacha), porque nunca pudieron, por más que lo intentaron, lograr que sus hijos progresaran y ven que su situación de miseria es la única herencia que les va a tocar.

Hay cuencas de donde ya no fluyen lágrimas y miradas tristes junto a un semáforo, rogando que el sol no se oculte y que en sus bolsillos entre una moneda que no tengan que rendir ante quienes les explotan y utilizan para enriquecerse a expensas de sus carencias.  Hijos tuyos que con necesidad de consuelo, oímos en medio de los ruidos que buscan apagar nuestra alma, tu voz que nos llama para ofrecernos descanso, palabras dulces que al finalizar la jornada, nos devuelven el brillo en la mirada, nos hacen caminar hacia ti, para llevar el yugo que no doblega ni humilla, sino que libera y exalta.

Somos un pueblo que camina contigo: el pueblo que has llamado y al que te revelas; sencillos somos, como niños y nuestra alma inquieta en ti halla reposo.  Nuestra historia de vida, cada historia (la de Eliécer, la Mary, la de Rosalbina, la de Jairo, la de Constanza, la de Shauna, la mía): difícil la mayoría de veces, plena de ti en el tiempo presente, tú la acoges, no para juzgarla, sino para darle sentido en medio del contexto en que has querido gestarla.

Aquí estamos Señor, alabándote junto al Hijo, conscientes de que sólo por Él podemos llegar a conocerte y así amarte y amándote servirte y sirviéndote entregar nuestra vida, aligerada ya la carga, para que otros crean y acojan el anuncio esperanzador que hoy también nosotros hemos acogido y acepten la salvación que por tu gracia, sin merecerla, hemos recibido.

Sí, Padre, porque así te agradó.