martes, 26 de junio de 2007

Tarde Azul


Octubre 24 2003

Tus ojos
verde océano
donde mi mirada se sumerge
prados verdes
reposo de mi alma
te observo
y en un eterno instante
sueño que te poseo
son míos tus ojos
mío tu cuerpo
y mío también tu deseo

y en accidental extravío
contemplo el cielo
cielo azul, inmenso
cielo de ángeles
cielo nuestro
hasta él me proyecto
y desde una nube,
balcón celeste
exploro el universo,
buscando la felicidad
tus ojos encuentro
verde amor
verde eterno
y en ellos para siempre
me pierdo...
(NFCA)

Una página de diario

“JAIRO ANIBAL CELIS ÁNGEL, arquitecto de sueños
(24 abril 1985 - 19 junio 2000)

A siete años de su repentina muerte, recuerdo, no sin conmoción, un fragmento de lo que hube de escribir en mi diario:

Junio 19 de 2000
Camino por un pasillo frío de la Clínica San Pedro Claver, en dirección a la morgue, empujando una camilla sobre la cual, cubierto con una sábana blanca, se encuentra el cadáver de un joven de quince años, Jairo Aníbal, mi hermano. Aún no salgo del shock. Lo observo largo rato y, al acariciar su frente, noto que aún está caliente, los ojos entreabiertos, pálido y con un gesto que asemeja una sonrisa. Hace tan solo unos minutos se detuvo su corazón, que durante casi 48 horas -y tras diagnosticarse muerte cerebral, ocasionada por un tumor que se desarrolló de repente-, latió ya sin sentido; un tubo conectado a una máquina hacía funcionar los pulmones que ni con choques eléctricos lograron activarse de nuevo.

Ver a mi hermano muerto, con el aspecto de un blanco ángel sin alas, no fue tan traumático, como escucharle repetir con terror mi nombre una y otra vez, sin que pudiese yo hacer nada para procurarle calma; sus ojos desorbitados, el rostro y el pecho morados, apretando los puños, erguido, sin aire, el corazón latiendo sin ritmo de manera desenfrenada, y la muerte apropiándose primero de sus pulmones, luego de su cerebro y por último, junto con el joven corazón, de todo su ser.

Jairo Aníbal murió a las puertas del siglo XXI, sin que la ciencia pudiera impedirlo, en medio de médicos y especialistas impotentes, en una época en la cual no logra aún comprenderse el acontecimiento de la vida y por ende, mucho menos el de la muerte.